El pequeño amante de las cristaleras.
Un joven de 24 años, que no se
caracterizaba por su altura, pero si por su ritmo, sentía como su vida iba
pasando sin un color concreto, el camino no era el soñado con 17.
Vagabundeando en un laberinto de consejos…
"yo haría", "Deberías", solo vale su decisión, siempre
saturado por el estrés de sentirse un fracasado y después del tiempo perdido
estudiando temarios interminables, trabajos en grupo que acaban siendo en
solitario…
Una mañana despertado por la saturación,
miró el móvil 8:23…voy a seguir durmiendo, que voy a hacer, pensó. El limite ya
había llegado, el dormir no servía para salir del túnel, con mas resignación
que gusto, fue directo al baño, después de mirarse en el espejo, y preguntarse qué
es lo que pasaba, acompañado de la sintonía…de los resoplidos. Pasó a la acción,
aunque no lo parezca, melodía conectada, volumen rozando la sordera,
auriculares puestos, ritmo corriendo al máximo por su cabeza, por
articulaciones, membranas…pero sobre todo, se había taponado la herida, esa
fuga de pensamiento negativo, la música, que gran descubrimiento. Sonaban las
canciones que le hacían moverse como una marioneta, cada parte de su cuerpo
hacia un lado, y sobre todo la cabeza por su lado, sin control, sin ver
oscuridad, asomando la luz de las cristaleras de esa enorme biblioteca que
tenemos en el cerebro. Donde hay libros que mejor quemarlos y otros que hay que releer.
Todo comienza con ese compás, hace la cama,
se peina con mas estilo que nunca (eso le parece a él) y se dirige a realizar
los primeros auxilios. Retomar con hielo fresquito y rayos de luz su vida.
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